Tomando en cuenta la Nota de la Penitenciaría Apostólica, de la Santa Sede, de fecha del 20 de marzo de 2020, acerca del Sacramento de la Penitencia en la actual situación de pandemia, donde puntualiza que: “Cuando el fiel se encuentre en la dolorosa imposibilidad de recibir la absolución sacramental, debe recordarse que la contrición perfecta, procedente del amor del Dios amado sobre todas las cosas, expresada por una sincera petición de perdón (la que el penitente pueda expresar en ese momento) y acompañada del firme propósito de recurrir cuanto antes a la confesión sacramental, obtiene el perdón de los pecados, incluso mortales (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1452)”, se ofrece esta guía para una celebración familiar, para que, a la luz de la Palabra de Dios que nos llama a la conversión, hagamos juntos un acto de contrición perfecta, con el compromiso de acceder al Sacramento de la Penitencia, tan pronto las circunstancias lo permitan. Si no tenemos algún impedimento moral, con esta celebración tenemos fe y confianza de estar en gracia de Dios.
A nivel nacional, se propuso el Viernes de Dolores, 3 de abril, para hacer esta celebración, invitándonos a ayunar este día y guardar la abstinencia de carnes, como un sacrificio ofrecido a Dios para que acabe esta pandemia.
Después de la conversión de la persona por obra del Espíritu Santo (Catecismo de la Iglesia Católica -CIC-, 1448), ésta responde mediante la contrición, la confesión de los pecados y la satisfacción, y luego la Iglesia en nombre de Jesucristo, concede el perdón de los pecados, determina la modalidad de la satisfacción, ora por el pecador y hace penitencia por él.
La contrición perfecta o atrición de caridad, es el dolor y detestar el pecado que surgen del amor de Dios, con la resolución de no volver a pecar (CIC, 1451-1454). Una manera de motivar esta contrición en nuestros corazones es considerando la pasión de Jesucristo y haciendo actos de amor por Él.
También podemos pensar en el amor infinito que Dios tiene por nosotros, y expresar dolor en nuestro corazón en presencia de este gran amor que hemos ofendido. Cuando se llega a ella perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental.
El coronavirus nos sitúa ante una de las cruces que los seres humanos tenemos que afrontar a lo largo de nuestra vida: la cruz de la enfermedad.
Una cruz que puede llegar a trastocar todos los ámbitos de la existencia: el ámbito personal, el familiar, el social e incluso el mundial, como está ocurriendo.
Oramos, junto a la cruz de Jesús, para que el Señor nos ayude en medio de esta circunstancia excepcional que requiere de la colaboración de todos para poder superarla.
Que encontremos luz y paz en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo.
La gravedad de las circunstancias
actuales exige una reflexión sobre la urgencia y la centralidad del Sacramento
de la Reconciliación, junto con algunas aclaraciones necesarias, tanto para los fieles laicos como para los
ministros llamados a celebrar el Sacramento.
Incluso en la época de Covid-19, el
Sacramento de la Reconciliación se administra de acuerdo con el Derecho
canónico universal y con las disposiciones del Ordo Paenitentiae.
La confesión individual es el modo
ordinario de celebrar este sacramento (cf. c. 960 CIC), mientras que la
absolución colectiva, sin la confesión individual previa, no puede impartirse
sino en caso de peligro inminente de muerte, por falta de tiempo para oír las
confesiones de los penitentes individuales (cf. c. 961 § 1 CIC) o por grave
necesidad (cf. c. 961 § 1,2.º CIC), cuya consideración corresponde al Obispo
diocesano, teniendo en cuenta los criterios acordados con los demás miembros de
la Conferencia Episcopal (cf. c. 455 § 2 CIC), y sin perjuicio de la necesidad,
para la válida absolución, del votum
sacramenti por parte del penitente individual, es decir, del propósito de
confesar a su debido tiempo los pecados graves que en su momento no pudieron
ser confesados (cf. c. 962 § 1 CIC).
Esta
Penitenciaría Apostólica considera que se dan los casos de grave necesidad
mencionados en el can. 961, § 2 CIC arriba mencionado, sobre todo en los
lugares más afectados por el contagio de la pandémico y hasta que el fenómeno
remita.
Cualquier especificación ulterior es atribuida por el derecho
a los Obispos diocesanos,
teniendo siempre en cuenta el bien supremo de la salvación de las almas (cf. c.
1752 CIC).
Si se presentara de improviso la
necesidad de impartir la absolución sacramental a varios fieles juntos, el
sacerdote está obligado a avisar previamente al Obispo diocesano en la medida
de lo posible o, si no puede, informarle cuanto antes (cf. Ordo Paenitentiae, n. 32).
En la presente emergencia pandémica,
corresponde por tanto al Obispo diocesano indicar a los sacerdotes y penitentes
las precauciones prudentes que deben adoptarse en la celebración individual de
la reconciliación sacramental, como la celebración en un lugar
ventilado fuera del confesionario, la adopción de una distancia
adecuada, el uso de máscaras protectoras, sin perjuicio de la
absoluta atención a la salvaguardia del sigilo sacramental y la necesaria discreción.
Además,
siempre le corresponde al Obispo diocesano determinar, en el territorio de su
propia circunscripción eclesiástica y en relación con el nivel de contagio
pandémico, los casos de grave necesidad en los que es lícito impartir la
absolución colectiva: por ejemplo, a la entrada de las instalaciones
hospitalarias, donde se hospeda a los fieles contagiados en peligro de muerte,
utilizando en lo posible y con las debidas precauciones los medios de
amplificación de la voz para que se pueda oír la absolución.
Se debe considerar la necesidad y
conveniencia de establecer, cuando sea necesario, de acuerdo con las
autoridades sanitarias, grupos de «capellanes extraordinarios de hospitales»,
contando también con sacerdotes voluntarios, cumpliendo las normas de protección contra
el contagio, para garantizar la necesaria asistencia espiritual a los enfermos
y moribundos.
Cuando el fiel se encuentra en la
dolorosa imposibilidad de recibir la absolución sacramental, se recuerda que la
contrición perfecta, procedente del amor de Dios, amado sobre todas las cosas,
expresada por una sincera petición de perdón (la que en ese momento el
penitente esté en condiciones de expresar) y acompañada de votum confessionis, es decir,
del firme propósito de recurrir
cuanto antes a la confesión
sacramental, obtiene el perdón de los pecados, incluso mortales (cf.
Catecismo, n. 1452).
Nunca como en este tiempo la Iglesia
experimenta la fuerza de la comunión de los santos, eleva a su Señor
Crucificado y Resucitado votos y oraciones, especialmente el Sacrificio de la
Santa Misa, celebrada diariamente, incluso sin pueblo, por los sacerdotes.
Como buena madre, la Iglesia implora al
Señor que la humanidad sea liberada de tal flagelo, invocando la intercesión de
la Santísima Virgen María, Madre de Misericordia y la Salud de los Enfermos, y
de su Esposo San José, bajo cuyo patrocinio la Iglesia desde siempre camina en
el mundo.
Que María Santísima y San José nos
obtengan abundantes gracias de reconciliación y salvación, en la atenta escucha
de la Palabra del Señor, que hoy repite a la humanidad:
«Deteneos y sabed que yo soy Dios« (Sal 46, 11), «Yo estoy con vosotros todos los días» (Mt 28, 20).
Dado en Roma, desde la sede de la
Penitenciaría Apostólica, el 19 de marzo de 2020, Solemnidad de San José,
Esposo de la B.V. María, Patrono de la Iglesia Universal.
La Penitenciaría Apostólica emitió, con fecha 20 de marzo de 2020, una nota sobre el Sacramento de la Penitencia en la actual situación de pandemia, se recuerda lo siguiente:
“También en la época de Covid-19, el Sacramento de la Reconciliación se administra de acuerdo con el derecho canónico universal y según lo dispuesto en el Ritual de la Penitencia.
Cuando el fiel se encuentre en la dolorosa imposibilidad de recibir la absolución sacramental, debe recordarse que la contrición perfecta, procedente del amor del Dios amado sobre todas las cosas, expresada por una sincera petición de perdón (la que el penitente pueda expresar en ese momento) y acompañada del firme propósito de recurrir cuanto antes a la confesión sacramental, obtiene el perdón de los pecados, incluso mortales (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1452)”.
La celebración en familia puede ser guiada por el papá o la mamá, o el miembro que haga cabeza en la familia.
Michael R. Heinlein 14 de marzo de 2020 (texto original)
Los católicos
de todo el mundo están experimentando un ayuno inesperado y desafortunado de la
Eucaristía, que viene a raíz del nuevo coronavirus COVID-19. En muchos
sentidos, la imposibilidad de muchos para recibir la Santa Comunión
se ha convertido en una penitencia de Cuaresma inimaginable.
Los católicos
en los últimos días, en otros países del mundo, han visto a sus arzobispos y obispos suspender
la celebración pública
de la Santa Misa o conceder
dispensas de la obligación de asistir a la Misa dominical, todo con la
esperanza de ayudar prevenir la propagación del virus practicando el
“distanciamiento social”.
¿Cómo pueden
los católicos dar sentido a esta ausencia de adoración pública o recepción del
Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor? Podría ser útil echar un breve vistazo a
la situación de los demás, la práctica católica regular y luego considerar
maneras de aprovechar al máximo la situación y seguir creciendo en nuestra
relación con el Señor dados los obstáculos actuales.
Obligación de Misa y Comunión
En primer lugar, hay que decir que la obligación de asistir a la Misa dominical y la recepción de la Santa Comunión son dos cosas diferentes. De hecho, no todos los católicos reciben la Santa Comunión en la Misa. Por ejemplo, los católicos están obligados a abstenerse de recibir la Santa Comunión cuando están en el estado de pecado mortal. No adherirse al ayuno eucarístico —es decir, abstenerse de alimentos y bebidas distintos del agua una hora antes de la recepción de la Santa
Comunión—
también puede impedir que los católicos reciban la Comunión. También hay que
considerar a los católicos que se quedan en casa que a menudo no pueden recibir
la Eucaristía con la frecuencia que
les gustaría. Otros católicos podrían vivir en regiones distantes, al igual que
los pioneros católicos en América o
los habitantes modernos de la Amazonía,
en donde la recepción de la Eucaristía es una rareza preciada. Hay también inmigrantes y católicos
encarcelados, o aquellos que están sufriendo los efectos de la guerra, etc.
En segundo
lugar, cabe destacar
que la recepción frecuente de la
Santa Comunión, en realidad, es un
fenómeno más reciente, comúnmente ligado al fomento de la práctica por el Papa
San Pío X (Papa de 1903-1914). Durante muchos siglos, la recepción regular
de la Santa Comunión no fue muy regular en absoluto. Tomemos, por ejemplo, San Luis IX
(1214-1270), el monarca francés famoso por su propia santidad, que recibió la
Santa Comunión sólo seis veces al año, y que se pensaba que era frecuente en
ese momento. De hecho, la obligación de recibir la Santa Comunión permanece hasta el día de hoy sólo una vez al
año para los católicos, y esto es en algún momento durante la temporada de
Pascua, a menudo conocido como nuestro “deber u obligación de Pascua”.
Esta
interesante dicotomía —que la Iglesia exige a los católicos que asistan a Misa los
domingos y días santos de obligación (alrededor de 60 días por año), mientras
que obliga a los católicos a recibir la Santa Comunión sólo una vez al año, de
acuerdo con la ley universal, nos dice que nuestra obligación de participar en la Misa no está supeditada a recibir la Santa
Comunión. Al mismo tiempo, nos dice el Catecismo de la Iglesia
Católica, que no se
debe restar importancia a entender que “la Iglesia recomienda calurosamente que los fieles
reciban la Santa Comunión cada vez que participen en la
celebración de la Eucaristía” (núm. 1417).
Un acto de toda la Iglesia
Debido a que
todos los bautizados se incorporan al cuerpo de Cristo, cada vez que Cristo se ofrece al Padre en la Eucaristía, toda la Iglesia
está presente místicamente y se ofrece al Padre,
“total y completo”, como lo indica el Catecismo (núm. 1368). Esto
significa que, a pesar de la actual falta de encuentros públicos, sabemos que
la celebración de la Misa continúa. Nuestros sacerdotes celebrarán la Misa sin
nosotros, pero ofreciendo el Sacrificio Eucarístico por nuestro bien.
Todos los
miembros de la Iglesia —los miembros del propio cuerpo de Cristo— están unidos
a él en todas y cada una de las Misas. Como tal, todos estamos juntos ofrecidos al Padre en sacrificio,
como relata el Catecismo:
“En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo se convierte también en el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, sus alabanzas, sufrimientos, oración y obra, están unidos a los de Cristo y con su ofrenda total, y así adquieren un nuevo valor. El sacrificio de Cristo presente en el altar hace posible que todas las generaciones de cristianos estén unidos a su ofrenda” (núm. 1368).
En estos días,
también somos capaces de aprovechar la tecnología y asistir a la misa
“prácticamente”. Muchos obispos y sacerdotes, e incluso el Papa,
están ofreciendo transmisiones en vivo de sus misas diarias en beneficio de los
fieles. Este es un método del siglo XXI para lograr
lo que hizo San Carlos Borromeo (1538- 1584), cuando durante un brote de
peste en Milán durante su mandato como arzobispo allí, ordenó la celebración de la Misa en lugares
abiertos para que la gente pudiera verla desde su Casas.
Practicar la Comunión Espiritual
Es importante
recordar que, aunque nuestra obligación de asistir a la Misa podría ser
dispensada, nunca se nos dispensa de honrar el Tercer Mandamiento a
“santificar el día de reposo
o de guardar”. El domingo
queda por reservar
como otra oportunidad para
crecer en comunión con el Señor. Cuando no podemos asistir físicamente a la Misa, podemos considerar la práctica de la “Comunión Espiritual”, un acto al que los santos han dado un
testimonio constante.
La Comunión Espiritual es una
práctica tradicional de expresar al Señor nuestro anhelo por Él y nuestro deseo
de que entre en nuestros corazones. Santa Teresa de Ávila (1515-1582) dijo:
“Cuando no recibes la comunión y no asistes a la Misa, puedes hacer una
comunión espiritual, que es una práctica muy beneficiosa; por ella el amor de
Dios quedará gratamente impreso en ti.”
San Juan María
Vianney (1786-1859), el famoso sacerdote campesino de Ars, Francia, dijo una
vez “cuando sentimos que el amor de Dios se enfría, hagamos
instantáneamente una Comunión espiritual. Cuando no podamos ir a la iglesia,
volvamos hacia el tabernáculo; ningún muro puede sacarnos del buen Dios”.
¿Cómo podríamos hacer una Comunión
espiritual? San Pedro Julián Eymard
(1811- 1868), el “apóstol de la Eucaristía” francés, sugirió
el siguiente formato:
“Si no
recibes (Santa Comunión) sacramentalmente, recíbela espiritualmente haciendo
los siguientes actos: concibe un deseo real de estar unido a Jesucristo
reconociendo la necesidad que tienes de amar Su Vida; despiértate a la
contrición perfecta por todos tus pecados, pasados y presentes, considerando la
bondad infinita y la santidad de Dios; recibir a Jesucristo en espíritu más
íntimamente en tu alma, suplicándole que te dé la gracia de vivir enteramente por Él, ya que sólo puedes vivir por él; imita a Zaqueo en sus buenas
resoluciones y agradece
a nuestro Señor que has sido
capaz de escuchar la Santa Misa, y hacer una Comunión Espiritual; ofrecer en
acción de gracias un acto especial de homenaje, un sacrificio, un acto de virtud, y suplicar la bendición de
Jesucristo sobre ti mismo, todos tus
parientes y amigos.”
Si bien la Iglesia no prescribe ninguna fórmula para hacer un acto de comunión espiritual, las oraciones compuestas por varios santos forman parte del rico tesoro de devociones de la Iglesia. Uno de los actos más populares de comunión espiritual proviene de San Alfonso María de Ligorio (1696-1787):
“Jesús
mío, creo que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo por encima de todas las cosas y
deseo recibirte en mi alma. Pero como ahora no puedo recibirte
sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Te abrazo como si ya estuvieras allí, y me uno totalmente contigo. Nunca permitas
que me separe de Ti. Amén.”
Otras formas de comunión
Aunque
anhelamos una unidad más plena y una comunión con el Señor, debemos consolarnos con sus propias
palabras: «Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de
ellos» (Mt 18, 20).
La Iglesia es
verdaderamente un solo cuerpo, unido en Cristo, que es el Verbo eterno de Dios
hecho carne (véase Jn 1, 14). Crecemos en unión con el Señor mediante la lectura de las Escrituras; en efecto, Cristo nos alimenta
con su Palabra, que la Constitución del Concilio Vaticano
II sobre la Palabra de Dios (“Dei Verbum”) llama “alimento para el alma” (núm.
21)”. La Iglesia siempre ha venerado las Escrituras divinas del mismo lado que
venera el cuerpo del Señor, ya que, especialmente en la sagrada liturgia,
recibe y ofrece incesantemente a los fieles el pan de vida de la mesa tanto de
la Palabra de Dios, como del cuerpo de Cristo” (“Dei Verbum”, No 21).
Cuando no podemos asistir
a la Misa o recibir
la Santa Comunión,
podemos unirnos más
estrechamente leyendo, estudiando, orando y compartiendo sobre las Escrituras.
Considere las lecturas diarias ofrecidas en el Leccionario. Practique el método
meditativo y reflexivo de orar con la palabra de Dios (Lectio divina). Encontrar al Señor a través de los salmos y
oraciones de la Liturgia de las Horas, que el Catecismo afirma, “es como
una extensión de la celebración eucarística, no excluye sino de manera
complementaria las diversas devociones del Pueblo de Dios, especialmente la adoración y el culto del Santísimo Sacramento” (núm. 1178). Y está el Santo Rosario, que,
señaló el Papa San Juan Pablo II, nos pone “en comunión viva con
Jesús” (“Rosarium Virginis Mariae”, No 2).
Comunión Viviente
Por último, recuerden que la asistencia a la Misa y la recepción de la Santa Comunión son actos de adoración a Dios. Por nuestro bautismo, e intensificado en la recepción de la Santa Comunión, nos conformamos cada vez más a Cristo. San Agustín (354-430) escribió: «¡Si tú, por lo tanto, eres el cuerpo y los miembros de Cristo, es vuestro propio misterio el que está sobre la mesa del Señor! ¡Es tu propio misterio el que estás recibiendo! Estás diciendo ‘Amén’ a lo que eres: tu respuesta es una firma personal, afirmando tu fe. Cuando escuchas ‘El cuerpo de Cristo’, respondes ‘Amén‘. ¡Sé un miembro del cuerpo de Cristo, entonces, para que tu “Amén” suene verdadero!” (Sermón 272).
San Pablo también dice que nuestra vida moral, cuando se ordena debidamente, es un acto de adoración. En efecto, con nuestra vida podemos adorar y vivir en comunión con Jesús. Dice: “Por tanto, hermanos, por la misericordia de Dios, ofrezcan sus cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que ése sea su adoración espiritual” (Rm 12, 1). Aquí, como enseñó el Papa Benedicto XVI, San Pablo “habla de la liturgia como vida. Nosotros mismos, nuestro cuerpo; nosotros en nuestro cuerpo y cómo nuestro cuerpo debe ser liturgia.
Esta es la novedad del Nuevo Testamento, y lo volveremos a ver más tarde: Cristo se ofrece a sí mismo y, por lo tanto, reemplaza todos los demás sacrificios. Y quiere ‘atraernos’ a la comunión de su Cuerpo. Nuestro cuerpo, con el suyo, se convierte en la gloria de Dios, se convierte en liturgia… la verdadera liturgia es la de nuestro cuerpo, de nuestro ser en el Cuerpo de Cristo, tal como Cristo mismo hizo la liturgia del mundo, la liturgia cósmica, que se esfuerza por atraer a todas las personas a sí misma.”
Se concede el
don de Indulgencias especiales a los fieles que sufren la enfermedad de
Covid-19, comúnmente conocida como Coronavirus, así como a los trabajadores de
la salud, a los familiares y a todos aquellos que, en cualquier calidad, los
cuidan.
“Con la alegría
de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración”(Rom
12:12). Las palabras escritas por San Pablo a la Iglesia de Roma resuenan a lo
largo de toda la historia de la Iglesia y orientan el juicio de los fieles ante
cada sufrimiento, enfermedad y calamidad.
El momento
actual que atraviesa la humanidad entera, amenazada por una enfermedad
invisible e insidiosa, que desde hace tiempo ha entrado con prepotencia a
formar parte de la vida de todos, está jalonado día tras día por angustiosos
temores, nuevas incertidumbres y, sobre todo, por un sufrimiento físico y moral
generalizado.
La Iglesia, siguiendo el ejemplo de su Divino Maestro, siempre se ha preocupado de cuidar a los enfermos. Como indicaba San Juan Pablo II, el valor del sufrimiento humano es doble: “Sobrenatural y a la vez humano. Es sobrenatural, porque se arraiga en el misterio divino de la redención del mundo, y es también profundamente humano, porque en él el hombre se encuentra a sí mismo, su propia humanidad, su propia dignidad y su propia misión.” (Carta Apostólica Salvifici Doloris, 31).
También el Papa
Francisco, en estos últimos días, ha manifestado su cercanía paternal y ha
renovado su invitación a rezar incesantemente por los enfermos de Coronavirus.
Para que todos
los que sufren a causa del Covid-19, precisamente en el misterio de este
padecer, puedan redescubrir “el mismo sufrimiento redentor de Cristo” (ibíd.,
30), esta Penitenciaría Apostólica, ex auctoritate Summi Pontificis, confiando
en la palabra de Cristo Señor y considerando con espíritu de fe la epidemia
actualmente en curso, para vivirla con espíritu de conversión personal, concede
el don de las Indulgencias de acuerdo con la siguiente disposición.
Se concede la Indulgencia plenaria a los fieles enfermos de Coronavirus, sujetos a cuarentena por orden de la autoridad sanitaria en los hospitales o en sus propias casas si, con espíritu desprendido de cualquier pecado, se unen espiritualmente a través de los medios de comunicación a la celebración de la Santa Misa, al rezo del Santo Rosario, a la práctica piadosa del Vía Crucis u otras formas de devoción, o si al menos rezan el Credo, el Padrenuestro y una piadosa invocación a la Santísima Virgen María, ofreciendo esta prueba con espíritu de fe en Dios y de caridad hacia los hermanos, con la voluntad de cumplir las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del Santo Padre), apenas les sea posible.
Los agentes
sanitarios, los familiares y todos aquellos que, siguiendo el ejemplo del Buen
Samaritano, exponiéndose al riesgo de contagio, cuidan de los enfermos de
Coronavirus según las palabras del divino Redentor: “Nadie tiene mayor amor que
éste: dar la vida por sus amigos” (Jn 15,13), obtendrán el mismo don de la
Indulgencia Plenaria en las mismas condiciones.
Esta
Penitenciaría Apostólica, además, concede de buen grado, en las mismas
condiciones, la Indulgencia Plenaria con ocasión de la actual epidemia mundial,
también a aquellos fieles que ofrezcan la visita al Santísimo Sacramento, o la
Adoración Eucarística, o la lectura de la Sagrada Escritura durante al menos
media hora, o el rezo del Santo Rosario, o el ejercicio piadoso del Vía Crucis,
o el rezo de la corona de la Divina Misericordia, para implorar a Dios
Todopoderoso el fin de la epidemia, el alivio de los afligidos y la salvación
eterna de los que el Señor ha llamado a sí.
La Iglesia reza
por los que estén imposibilitado de recibir el sacramento de la Unción de los
enfermos y el Viático, encomendando a todos y cada uno de ellos a la Divina
Misericordia en virtud de la comunión de los santos y concede a los fieles la
Indulgencia plenaria en punto de muerte siempre que estén debidamente dispuestos
y hayan rezado durante su vida algunas oraciones (en este caso la Iglesia suple
a las tres condiciones habituales requeridas). Para obtener esta indulgencia se
recomienda el uso del crucifijo o de la cruz (cf. Enchiridion indulgentiarum,
n.12).
Que la Santísima Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia,
Salud de los Enfermos y Auxilio de los
Cristianos, Abogada nuestra, socorra a la humanidad doliente, ahuyentando de
nosotros el mal de esta pandemia y obteniendo todo bien necesario para nuestra
salvación y santificación.
El presente decreto es válido independientemente de cualquier disposición
en contrario. Dado en Roma, desde la sede de la Penitenciaría Apostólica, el 19
de marzo de 2020.
Ante la contingencia que nos está tocando vivir muy probablemente no podamos asistir a nuestras iglesias, muy probablemente lo podamos ver por la televisión, pero aquí encontrarás una guía para que tu como jefe o jefa de familia la puedas de una manera vivencial con tu familia.
Los ritos serán sencillos y breves para que santifiques esta Semana que es la mayor de las festividades de los católicos.